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Construyendo resiliencia: prácticas que nutren la mente y el corazón.

  • Foto del escritor: Zera psicologia
    Zera psicologia
  • 18 sept
  • 3 Min. de lectura

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Cuidar de nuestra salud emocional no significa alcanzar un estado permanente de bienestar, sino aprender a convivir con la vulnerabilidad y darle un lugar a lo que sentimos. El autocuidado no es un destino, sino un proceso que se teje en lo cotidiano: reconocer los momentos de fragilidad, sostenernos con gestos simples y abrirnos a la posibilidad de ser acompañados. Cada acción, por pequeña que parezca, nos recuerda que la vida también se nutre de la calma, del vínculo y de la esperanza compartida.


1. Autoconocimiento y manejo interno.

Diario emocional: anotar pensamientos, sentimientos y eventos del día para reconocer patrones y detonantes.

Autoobservación sin juicio: practicar momentos de silencio (mindfulness) para notar emociones sin reaccionar impulsivamente.

Identificación de señales tempranas: aprender a reconocer cuándo aparece ansiedad, tristeza o irritabilidad para actuar antes de una crisis.

Lista de “recursos personales”: escribir fortalezas, logros y apoyos que sirvan como recordatorio en momentos de desesperanza.

Dimensión espiritual: cultivar espacios de conexión con uno mismo y con tu poder superior.


2. Hábitos de bienestar físico.

Sueño reparador: mantener horarios estables (7–9 horas) y una rutina de higiene del sueño.

Movimiento regular: ejercicio aeróbico, yoga o caminatas, al menos 30 minutos al día, libera endorfinas y reduce estrés.

Alimentación equilibrada: incluir frutas, verduras y suficiente agua; reducir alcohol y cafeína en exceso.

Chequeos médicos periódicos: problemas físicos no atendidos pueden agravar el malestar emocional.


3. Redes de apoyo y conexión social.

Contactos de confianza: tener a mano al menos tres personas (amigos, familiares, terapeuta) para llamar en momentos difíciles.

Grupos de apoyo o terapéuticos: compartir con otros que atraviesan procesos similares reduce la sensación de aislamiento.

Participar en actividades comunitarias: voluntariado, talleres de arte, deportes o grupos de interés para fortalecer sentido de pertenencia.

Práctica de pedir ayuda: entrenarse en expresar necesidades con frases claras (“Hoy necesito compañía” o “¿Podemos hablar un momento?”).


4. Expresión y creatividad.

Arte-terapia casera: dibujo, pintura, música, danza o escritura como vía de liberación emocional.

Rituales personales: encender una vela, crear un espacio de meditación o una rutina matutina que brinde calma.

Humor y juego: incorporar actividades lúdicas o ver contenido que provoque risa, lo cual libera tensión.


5. Estrategias de afrontamiento en crisis.

Plan de seguridad personal:

1. Reconocer señales de crisis.

2. Aplicar técnicas de autorregulación (respiración 4-7-8, contar objetos en la habitación).

3. Llamar a un contacto de emergencia o línea de ayuda.

Caja de recursos: una caja con fotos, cartas, objetos significativos, lista de motivos para vivir y números de contacto.

Anclaje sensorial: usar los cinco sentidos para volver al presente (escuchar música relajante, tocar una textura, oler una esencia).


 6. Desarrollo personal y sentido de vida.

Establecer metas pequeñas y alcanzables: dividir grandes objetivos en pasos cortos que generen logro.

Aprender nuevas habilidades: cursos, lectura o proyectos que fortalezcan la autoestima.

Prácticas espirituales o de propósito: meditación, oración, contemplación de la naturaleza, según las creencias personales.

Servicio a otros: ayudar en la comunidad o en causas solidarias refuerza el sentimiento de valor propio.


 7. Acompañamiento profesional.

Psicoterapia regular: elegir un enfoque que se ajuste a las necesidades.

Psiquiatría y tratamiento médico cuando se indique: no abandonar medicación sin supervisión.

Terapia grupal o familiar: cuando el entorno cercano necesita herramientas para apoyar y comunicarse mejor.


Consejos prácticos para integrar estas herramientas.

1. Elegir 2–3 estrategias para iniciar; no es necesario aplicarlas todas a la vez.

2. Registrar avances semanales, celebrando logros pequeños.

3. Revisar y ajustar las herramientas cada mes con ayuda del terapeuta.

El cuidado de la salud mental y emocional es un proceso continuo, no un destino. Incorporar estas estrategias permite construir resiliencia, fortalecer la identidad y reducir el riesgo de crisis. Pedir ayuda profesional cuando el malestar es persistente o intenso no es signo de debilidad: es una inversión en la vida y en el bienestar propio.


Por ZERA psicología y Psicosentir y Actuar.


 
 
 

Zera Psicología

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