Festejar no siempre es alegría.
- Zera psicologia
- hace 15 minutos
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Hay épocas del año que, sin pedir permiso, nos colocan frente a un espejo. Un espejo que no solo refleja lo que somos, sino también lo que evitamos mirar: vínculos que ya no se sostienen, ciclos que pedimos cerrar desde hace tiempo, decisiones que hemos postergado y emociones que cargamos en silencio.
Las celebraciones, con todo su ruido externo, suelen despertar un ruido interno mucho más profundo.
La presión de mostrarse bien cuando por dentro hay cansancio. La cultura de la “buena cara” se intensifica en estas fechas: se espera alegría, cercanía, armonía. Pero para muchas personas, lo que aparece es lo contrario: cansancio emocional, irritabilidad, sensación de desconexión, culpa por no sentir lo que “se supone que deberían sentir”.
La exigencia de estar bien se convierte en una carga que no permite respirar. Y es aquí donde surge un malestar silencioso: la distancia entre lo que se vive internamente y lo que el entorno demanda externamente.
Las fiestas ponen a prueba los límites emocionales. En medio de reuniones, rituales o dinámicas familiares, se evidencian vínculos desgastados: relaciones donde ya no hay reciprocidad, donde se sostienen lealtades por compromiso, donde el cariño se mezcla con agotamiento.
A veces no es falta de amor, sino exceso de historia no resuelta. Cerrar un ciclo no siempre es “dejar de querer”, sino dejar de sostener lo que nos rompe por dentro. Es reconocer que no todos los vínculos sobreviven al paso del tiempo, y que sostener lo insostenible es una forma silenciosa de perderse a uno mismo.
Las celebraciones funcionan como un marcador simbólico: un punto de revisión que nos confronta con lo que logramos, lo que no avanzó, lo que evitamos, y aquello que nos prometimos cambiar y no pudimos.
Ese balance interno puede activar:
tristeza que no sabíamos que estaba
frustración acumulada
ansiedad por lo pendiente
miedo al cambio
culpa por no cumplir expectativas (propias o ajenas)
No es que las fiestas sean dolorosas. Es que revelan lo que venimos postergando.
Cerrar un ciclo no consiste en olvidar, ni en retirarse abruptamente de todo, ni en hacer promesas grandilocuentes. Cerrar un ciclo es algo más discreto, más humano: comprender que no podemos avanzar con una mano aferrada a algo que nos detiene.
A veces implica:
poner un límite que siempre evitamos,
reconocer una verdad incómoda,
aceptar que un vínculo cambió de forma,
darnos permiso para descansar,
soltar la presión de sostener lo que nos queda grande,
o simplemente admitir que necesitamos ayuda.
El cierre no sucede el día que lo nombramos, sino el día que empezamos a vivir distinto.
Las fiestas pueden ser un recordatorio, pero también un inicio. Más que celebrar, estas fechas invitan a preguntar:
¿Qué estoy cargando que ya no quiero llevar conmigo?¿Qué vínculo necesito revisar?¿Qué parte de mí está pidiendo atención?¿Cuál es el ciclo que ya se cerró aunque yo aún no me atrevo a admitirlo?.
No se trata de cortar vínculos impulsivamente, ni de hacer cambios radicales porque el calendario lo insinúa. Se trata de escucharnos con honestidad y respeto. El verdadero cierre no depende de una fecha, sino de un acto de valentía: elegirnos. Y en medio de todas las expectativas externas, ese es el regalo más silencioso y transformador que podemos darnos.
Por ZERA psicologia y Psicosentir y Actuar.



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