Prisioneros del “tengo que”
- Zera psicologia
- 4 dic
- 3 Min. de lectura

Llegan a consulta diciendo: “Tengo ansiedad… no sé por qué”, “Yo sé que debería estar bien, pero no puedo”. Hablan de tensión, cansancio, insomnio, autoexigencia. Pero cuando el relato se hace hondo y aparece el silencio, surge algo que suele estar oculto: un mandato interno imposible de cumplir.
El perfeccionismo no llega gritando; llega disfrazado de responsabilidad, disciplina, “ganas de hacer las cosas bien”. Poco a poco se convierte en una jaula hecha de expectativas irreales, miedo al error y una necesidad constante de demostrar valor. Desde afuera se ve impecable. Desde adentro… duele.
Muchas personas no se dan cuenta de que viven persiguiendo un ideal que nunca alcanza el “suficiente”. Se comparan, se juzgan, anticipan fallas, sienten culpa por descansar y vergüenza por necesitar ayuda. No lo hacen por vanidad. Lo hacen por miedo: miedo a decepcionar, a perder aprobación, a ser vistos como “menos”.
El perfeccionismo es una forma de defensa: si todo es perfecto, entonces nada duele. Pero esa es la ilusión. Porque el dolor igualmente aparece, solo que convertido en ansiedad.
La ansiedad no es el problema: es la señal de un sistema interno saturado.
El perfeccionismo funciona como una jaula hecha de reglas internas que pocos se detienen a cuestionar.
Una jaula que dice:
Ser vulnerable es peligroso.
Pedir ayuda es signo de debilidad.
Si no lo hago perfecto, no vale.
Si no rindo, no valgo.
Con el tiempo, el perfeccionismo estrecha el mundo emocional: ya no hay espacio para equivocarse, para descansar, para desear sin productividad. La persona se aleja de sí misma en nombre de lo que “debería ser”. Y ahí aparece el síntoma:
Ansiedad constante
Insatisfacción permanente
Agotamiento emocional
Incapacidad de disfrutar
Miedo a detenerse
Lo que hay detrás es un profundo miedo: miedo a decepcionar, miedo a perder el control, miedo a no ser amado o valorado si bajan el ritmo. No se trata de objetivos elevados, sino de identidad. “Si no doy el 100%, ¿quién soy?”
La ansiedad aparece justo ahí, señalando que ese ritmo no es sostenible, que el cuerpo no quiere seguir empujando, que algo necesita una pausa.
En terapia no se busca “quitar” el perfeccionismo como si fuera una plaga. Tampoco se busca que la persona deje de esforzarse. Ser responsable, disciplinado y cuidadoso no es un problema.
El problema es cuando esas cualidades se vuelven rígidas y se usan para ocultar el miedo.
El proceso terapéutico implica:
Entender de dónde nace la exigencia
Nombrar el miedo que sostiene el ideal
Reconocer el costo emocional de sostenerlo
Aprender a convivir con el error y la pausa
Recuperar la humanidad detrás del personaje perfecto
La pregunta clave que trabajamos en consulta es: ¿Qué pasaría si no lo hicieras perfecto?
Quien vive atrapado en el perfeccionismo casi siempre responde con miedo. Pero al explorar, se abre un espacio nuevo para respirar, para permitirse ser, para empezar a vivir sin tanta presión interna.
No se trata de dejar de ser perfeccionista en diez pasos. Eso sería… otra meta imposible, otro perfeccionismo disfrazado.
Es un camino más lento, más humano: desmontar la jaula poco a poco hasta que la persona pueda escucharse sin temor.
El momento clave en terapia siempre llega: cuando por primera vez pueden decir “no tengo que hacerlo perfecto para estar bien”. Ahí, la ansiedad cede un poco. Ahí, el alma respira. Ahí, la persona empieza a existir más allá del rendimiento.
Soltar la autoexigencia no es renunciar al crecimiento; es renunciar a la guerra interna.
Por ZERA psicología y Psicosentir y Actuar.



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